Retrato de un caballero

Posted On 26 diciembre 2009

Archivado en memoria, sueños

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En el fondo de la música está la alberca y las ondas azules que hacen sus movimientos bajo el agua y el sol. 

Son las estatuas griegas pintadas de blanco, cuerpos esculturales junto a la pileta celeste, sus ojos vacíos y sus pechos rebosantes; el aire es polvo dorado, mis piernas descubiertas y su sornisa al fondo de la música, son.

La idea nos lleva más bien a un rápido encuentro previo lleno de copas de cristal, estrellas que se vislumbran fácil en terrazas, ciudad bajo los pies e imánes bajo las pieles: él positivo y yo negativo.

Un relámpago me lleva a las calles empedradas y caminamos abrazados, buscando con curiosidad la manera más natural de sintonizar nuestros pasos para parecer una pareja. Qué difícil adecuarme a su ritmo, a la longitud de sus piernas, a su paso de viajero, de extranjero, de persona de género masculino.

Ya buscamos un lugar y encontramos lo que parecía un bar cualquiera pero resulta ser un putero: en medio de todo, el prostíbulo más decente, la alfombra mejor cepillada, las sillas altas forradas de piel, las mesas y sus ceniceros de cristal cortado. Hay música que debe guardar las apariencias de un bar común, pero se presiente una vibra de putero que resulta ser cierta: siempre confía en tu instinto.

Él encuentra el rincón más apartado y huele mi cabello, y mientras me abraza por detrás, mordisquea mi oreja, susurra cosas en su idioma porque excitado tiende a mezclar palabras y significados. Pienso toda la noche como usualmente, recargando la barbilla en el dorso de mi mano, miro hacia el techo sin querer porque el rumbo de mis pensamientos lleva mi mirada a lo perdido. Con los ojos vacíos recuerdo su voz: «ya no fumes», «mejicana», «erres un tigrre», «erróticah».

Y yo no acierto a decir algo, este romance debe ser inmediato, breve, tórrido, de filo de cuchillo… Hay que ser conscientes de que todas las relaciones tienen su razón de ser, todas las personas tienen su papel en nuestra vida: Unos están destinados a ser nuestros amigos nada más, otros serán por siempre ex novios, tías, enemigos acérrimos, maestros, gurús, compañeros de trabajo, jefes, amantes fugaces… todos fungen un papel que dura poco o mucho en la línea de tiempo que es nuestro existir. Esto dura una semana, dos años, un mes, el resto de mi vida… tú tienes caducidad de importancia, así que exalta el momento o abandónalo ya.

Yo entonces decido exaltarlo, el sueño me lleva a una cama de primavera, junto a un trigal o un lago en el país de Nuncajamás. La cama es la más cómoda, su cuerpo es el más blanco, su aliento es el más bacanal, me acomoda boca abajo sobre el colchón, y me penetra lento.

No hay pensamiento alguno en la mente porque todo se vuelve una cadena de dominos cayendo, el cuerpo es una serie de reacciones y sensaciones. Mi instinto es buscar su boca, ya.

Al vuelo de la pluma salimos del putero y nos vamos besando por las banquetas, entre las puertas cerradas de los locales a las tres de la mañana, acariciándonos la espalda por debajo de la ropa, desabrochando, manoseando, acariciando, haciendo remolinos de voz, de cabello, de polvo.

No nos quedamos en una vitrina, ni en los escalones de un restaurante cerrado, no nos abandonamos a las sombras de las luces mercuriales, ni nos recargamos en árboles, no nos preguntamos qué iba a pasar mañana, ni nos imaginamos poner en riesgo un tratado diplomático entre países. No hablamos de pasaportes, ni de viajes a lugares remotos: Brazil, Serbia, París…

Era un sueño, no románticamente hablando de un «sueño», sino algo imaginado, algo que no existe mas que cuando uno duerme. No era mentira ni irreal, pero todo esto sucedió en agosto o julio, o junio, ¿mayo? Hay testigos.

Realmente no existió más que en la realidad y entonces así no cuenta.

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